60 años! Con esta edad canónica que equivalió durante mucho tiempo a la edad de la jubilación, L’Air du Temps celebra con orgullo una carrera deslumbrante y varias generaciones de aficionados fervientes.
Está claro que las hadas no se quedaron cortas cuando, en 1948, presidieron a su nacimiento … Un nombre increíblemente inspirado que denota las ansias de levedad tras los años de plomo, tras la guerra y su secuela de austeridades. El reencuentro con la despreocupación se nota en ese lujo a la francesa que las privaciones exacerbaron. Tres palabritas en un tono poético, que evocan a Cocteau y a Marivaux, como un deseo de libertad o para recalcar mejor esa temporalidad paradójica tan característica del perfume y de la moda en general.
Por cierto, qué imperceptible y cautivante resulta, y qué placentero también poder aprehender “L’Air du Temps”, el “espíritu de la época”, una noción casi filosófica y de la cual el idioma francés ha hecho tanto uso y abuso sin quitarle sin embargo totalmente su sentido. ¿Será acaso uno de los secretos de su éxito el haber sabido conservar su estatura sin caer en la caricatura? Tal vez, pero no es el único. Apostar al talento y a la perennidad del vidriero Lalique para materializar, en 1951, lo que no era entonces sino una idea en proceso, fue la prueba de verdadera genialidad o de una intuición grandiosa.
L’Air du Temps, sus palomas símbolo de la paz, un líquido vanguardista que combina con virtuosismo tradición y modernidad, en un momento en que las marcas echan mano a conceptos de marketing efímeros, la historia parece un cuento de hadas. ¡Ojalá que quede por lo menos para la posteridad como un “caso de escuela” para meditar!
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